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domingo, 8 de junio de 2014

octubre y segunda vuelta

Ricardo Galarza 2 de junio cerca de Montevideo · Editado En la vulgata popular está (o estaba hasta ayer) que el único candidato de la oposición con posibilidades de derrotar a Vázquez en noviembre era Larrañaga. Lacalle Pou no puede ganar, decían —y dicen todavía—, porque hay gente que jamás lo votaría con ese apellido. No creo en esas verdades convencionales en política, en esas simplificaciones a ultranza que se graban a fuego en el imaginario nacional porque se le ocurrieron a alguien y a otros les pareció que tenía sentido; entonces las repiten hasta el casancio. Las cosas en política no son tan sencillas. En efecto, hay un sector importante del electorado que nunca votaría a Lacalle. Pero el que realmente importa cuando se trata de ganar una elección, esa franja que se ubica al centro del espectro político y que como un péndulo define contiendas a nivel nacional, no se fija tanto en los apellidos ni en las ideologías ni en los ayeres, sino en el presente y en el futuro, el de su bienestar, el de sus hijos y el del país. No hay mucho más. Es por eso que creo que Lacalle tiene grandes posibilidades de alzarse con la victoria en ballottage. Y además, porque trae la frescura de lo nuevo y la fuerza del cambio, dos baluartes complicados de enfrentar para un candidato que ya le ha tirado unos cuantos almanaques encima a los setenta, que ya ha sido presidente y que, sobre todo, no muestra nada nuevo. ¿Qué mostró Lacalle Pou ayer en su discurso sui géneris de victoria? Varias cosas. En primer lugar, mostró que es un político diferente, un líder de las nuevas generaciones: descontracturado, natural, laburador y poco dado a los cálculos de imagen y a las poses. Parece auténtico. Por momentos, no se sabía si el que estaba allí era un candidato presidencial o un gurí que acababa de ganar un campeonato de surf en alguna playa del este. Pero sobre todas las cosas, apareció como un buen tipo. Esa es la imagen que quedó. Si eso es presidenciable o no, está por verse. Estaba visiblemente emocionado; en todo momento, como superado por el logro, algo que se reflejaba en una voz quebrada, que no atinaba a pronunciar las grandes frases que el momento requería. Llama la atención que no hubiera preparado de antemano un discurso más emotivo y menos emocionado. O que no se hubiera empinado sobre el momento para sacar esas palabras que inflaman corazones. Como sea, lo mejor que transmitió fue su actitud humana. Y lo mejor que dijo fue cuando le preguntaron si iba a subir para dar el discurso y contestó: "No, abajo, abajo; yo quiero estar bien cerca del piso". Creo que la frase encierra la totalidad del momento y cómo lo asumió, y lo que ha sido hasta ahora su campaña. Por lo que he visto de él y de su carrera política, el balance como candidato podría ser así: Un gran polemista, que se siente cómodo en el debate de ideas y no le pide permiso a nadie para sostenerlas; un buen entrevistado, que en los reportajes sabe comunicar con claridad y convicción; y un no tan buen orador. Por lo menos esa es la imagen que me queda de ayer y otros discursos suyos que he visto. El padre es un gran orador, que sabe tocar las fibras de la emoción y entusiasmar a quienes lo escuchan. No es Wilson Ferreira pero se le acerca bastante. Este muchacho no parece (al menos, de momento) haber heredado eso de su padre. Pero definitivamente tampoco ha heredado los rasgos más negativos del expresidente, los que más lo alejaban de la gente. Este parece más cercano. No sé si será por un tema generacional; pero hechas las sumas y las restas, creo que le da postivo. Creo que lleva las de ganar. Ya veremos si es pingo a la hora de doblar el codo y entrar en el derecho. Me gustaMe gusta · · Compartir